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Dario Heredia 

Autor, profesor y filósofo. Creció en una familia mixta donde la fe religiosa se conjugaba con otras creencias populares. Su experiencia y conocimientos bíblicos son frutos de sus años en la iglesia Adventista del 7mo día donde fue dirigente local, empleado del área educativa de la iglesia y estudiante de teología. En enero del 2012, renuncia públicamente a su feligresía y se declara independiente. Su evolución espiritual, se muestra en todas sus obras. 

Mi historia. 

No estoy a favor del control que ejercen las religiones sobre el ser humano, sin embargo, se que sin una experiencia religiosa yo nunca me hubiese interesado en temas como el verdadero camino espiritual, y siendo aún muy pequeño tuve la oportunidad de obtenerla cuando asistíamos cada domingo a los catecismos de la iglesia católica del barrio. 

De esta actividad, de la que me sentía sinceramente atraído por las golosinas, los juguetes y regalos que solían dar, fui excluido porque aún no tenía diez años de edad. Junto a un amiguito que me acompañaba entramos sigilosamente otra vez al salón donde estaban recibiendo doctrinas nuestros hermanos mayores, para ser descubiertos y sacados de las orejas por una monja que nos recriminaba con una voz de soprano y acento español. Al ver burlado nuestro deseo de continuar en esas reuniones, respondimos el desaire de la religiosa con una lluvia de piedras. La monja tuvo que correr a esconderse, mientras que dos hombres que prestaban ayuda en el salón del catecismo salieron en su defensa. Nosotros corrimos perseguidos por ellos y seguimos corriendo hasta llegar a nuestras casas, a más o menos un kilómetro de distancia, sin que nos diéramos cuenta a qué punto los dos hombres cesaron de perseguirnos. Para continuar mi carrera religiosa no necesité esperar mucho tiempo, pues no habían pasado dos meses cuando tocaron la puerta de nuestra casa unos hermanos cristianos para invitaros a la nueva iglesia adventista que se había instalado recientemente en el barrio. Así comencé un camino de cuarenta y tres años, que cambiaría rigurosamente lo que pude haber sido por lo que ahora soy.

 

Luego de pasar más de treinta años estudiando fervientemente las doctrinas en que había sido criado, que luego al crecer, yo mismo había aceptado, y que nunca parecían rendirme ningún resultado o siquiera tener algún sentido; me di cuenta que había estado entretenido buscando lograr beneficios materiales por medios que erróneamente yo los creía espirituales.

 

Cuando tuve la oportunidad de compartir cercanamente con líderes nacionales y regionales de mi iglesia, con respetados pastores y conspicuos evangelistas, me sentí defraudado, ya que descubrí que usaban en su diario vivir los mismos subterfugios que en sus sermones condenaban como pecaminosos y que aconsejaban a los hermanos no usar jamás. Luego de trabajar cierto tiempo como empleado de la rama educativa de mi iglesia, entendí que las iglesias se manejan con la misma filosofía empresarial con que se manejan los negocios comunes, y que suelen ser tan implacables en sus decisiones administrativas como cualquier compañía con fines de lucro. En esos tiempos comencé a formarme la idea que estremeció mi fe, que quienes dirigen las iglesias, sin importar las denominaciones, creen menos en sus doctrinas que los miembros llanos o del burgo que conforman las feligresías, pero que hablan mejor, pueden parecer más convincentes cuando predican sus sermones y saben mentir sin remordimientos aparentes.

 

Pronto descubrí que a pesar de mis deseos de vivir una experiencia religiosa real, yo no actuaba diferente a nadie, que sin proponérmelo vivía entrampado en una vida de doble moral, con tanto éxito que nadie me acusaba de ello. Con toda esta batalla en mi cabeza, y siendo un predicador desde mis trece años de edad, comencé por predicar mensajes de arrepentimiento genuino en mi iglesia, mientras que hacia esfuerzos sinceros y casi siempre fallidos para ser un cristiano integro. En mis prédicas llamaba al pecado por su nombre en todos los casos, pero creo que ponía más énfasis cuando se trataba de los pecados de la alta dirigencia mundial o de las políticas injustas en la administración de la iglesia. Sorprendentemente, esto no le gustaba casi a nadie, ni siquiera a los hermanos que yo trataba de despertar y beneficiar. A menudo, estas clases de sermones, aunque estuvieran apoyados en una indiscutible base bíblica, me acarreaban algunas advertencias en mi natal República Dominicana. 

Cuando comencé a predicar estos sermones en las Islas Vírgenes o en New Jersey, el resultado era varios meses sin ser puesto a predicar de nuevo, cuando se trataba de mi iglesia, o que no me volvieran a invitar si había predicado en otra. Mis mayores contrariedades sin embargo, nacieron al conocer de fuente muy confiable, que las iglesias sostienen doctrinas que saben que no pueden ser sustentadas en La Biblia, con tal de no perder feligresía. Las confesiones de errores y correcciones doctrinales nunca suceden, ya que la gente no quiere saber que ha creído en falsas doctrinas, y los líderes religiosos lo saben y se cuidan de no decepcionarlos. Fue igualmente decepcionante darme cuenta que la iglesia está totalmente blindada para resistir cualquier cambio o reforma, sin importar que venga del exterior o de sus miembros. El mensaje que se sustenta en toda denominación que he tenido la oportunidad de estudiar es, somos perfectos en doctrinas y no necesitamos conocer otra verdad ni hacer ningún cambio. Lo antes dicho no aparece como una declaración oficial, pero es lo que se deja ver en la actitud de rechazo ante la predicación de cualquier mensaje no acorde con el credo de la iglesia.

 

Hacía tiempo que sabía que muchas de las cosas que las iglesias enseñan como doctrinas verdaderas tienen el único objetivo de crear diferenciación con otras iglesias, de dar una razón para que los miembros se sientan en un grupo diferente, y por supuesto, en el único verdadero. Sin embargo, mi decisión final estuvo muy influenciada por saber que los diezmos y las ofrendas que las iglesias recolectan para terminar la obra de Dios en esta tierra, terminan en la vida suntuaria de muchos dirigentes, en formación de negocios con fines de lucro, como escuelas, universidades, editoras, revistas, y periódicos, entre otros. 

 

La decepción llegó a un punto sin retorno al enterarme que la destinación de los fondos de las religiones se rige exclusivamente por las ofertas atractivas en la bolsa de valores, o de una empresa de forma directa. Que los hospitales o las escuelas de las religiones cristianas difícilmente existen para hacer el bien, ni siquiera para promover sus creencias, sino como un medio de obtener más dinero. Cuando descubrí en lecturas que me parecían de fuentes confiables, que muchas iglesias invierten regularmente sus fondos en fábricas de armas de fuego y hasta en fábricas de armas bélicas de primer orden, y que las denominaciones que dicen que serán perseguidas por la iglesia de Roma, se reúnen en camaradería secreta con esta, entendí mi necesidad de conocer más acerca de la liberación real del hombre, pero de fuentes ajenas del negocio de las religiones. Mi primer paso fue renunciar públicamente de la iglesia y declararme cristiano independiente. Confieso sin remordimientos que al dejar mi obligación moral con la iglesia, inmediatamente comencé a sentirme libre y aliviado. 

 

El contratiempo y las dificultades vinieron de las expresiones de alarma y sorpresa de amigos, alumnos, antiguos correligionarios y aun de familiares. Entre estos, algunos fueron comedidos y respetuosos, otros mordaces y crueles, aduciendo que yo había traicionado mi fe se mostraban ofendidos y alarmados. Cierto amigo de muchos años me escribió públicamente: "tu padre debe estar revolcándose en su tumba". Mientras que un pastor conocido le confió a uno de los pocos amigos que me quedaban, que esperaba que Dios me golpeara con fuerza para verme volver a la iglesia con el rabo entre las piernas. Todo eso me lastimaba, y llegué a responderles a ciertos hermanos en las redes sociales diciéndoles, que al yo ver su actitud solamente lamentaba el no haber renunciado antes. Con el paso del tiempo se hacia más notoria la diferencia de opinión con mis conocidos, y era fácil advertir que luego de pasar la tempestad de mensajes y aclamaciones de alarma, la mayoría de ellos comenzaron a evitarme. Lamento muchísimo que la cultura y la mentalidad religiosa sean tan intolerantes ante la diferencia de creencias y opiniones. 

 

Como resultado de ello hoy vivo alejado de casi todas las personas con las que compartí durante mi niñez, mi juventud y parte de mi vida adulta. Confieso que me duele la soledad como nunca nada me había dolido. No obstante, jamás he pensado en volver atrás, ni me arrepiento de los cuarenta y tres años que compartí con mis antiguos correligionarios. Cuando me asaltan la melancolía y la nostalgia, recuerdo que cuando el pueblo de Israel salía de Egipto al desierto se les prohibió volver allí, donde lo habían esclavizado, pero también se le prohibió en esa ocasión hacer guerra contra ese país. porque en Egipto le habían saciado en tiempo de hambre.

 

Así pienso de mi antigua iglesia, jamás podré volver a esta, pero no tengo más que deseos de bien para todos los que la componen. Ha de entenderse que este sentimiento de hermandad y buenos deseos que siento hacia mi vieja religión, no me exime de forma alguna de la responsabilidad de decir mi verdad, señalar lo que considero un error y conversar con quien desee escucharme. Entiendo perfectamente que yo le parezca ahora extraño a gente que antes parecía quererme tanto; es que en realidad, al pasar el tiempo ya no puedo decir que soy cristiano, no en el sentido que las iglesias que se dicen cristianas lo profesan, aunque en el sentido real de la palabra, trato de serlo a cada instante y con todas mis fuerzas.

 

El deseo intrínseco de libertad que sentía y que pienso siente cada ser humano, me llevó afanosamente a buscar alguna guía que me abriera las puertas de la prisión sugestiva. Fue así como encontré la primera lectura que me ayudaría a orientar mi viaje sin regreso en busca de mi verdad, "The Secret of the Ages" (El Secreto de las Edades), de Robert Collier. Tengo que confesar, que a pesar del despertar y del asombro que este ejemplar literario logró en mí, hoy día sólo recuerdo algunas aserciones que pueda citar de este. Es indudable, sin embargo, que la lectura de este libro me introdujo en la carrera por saber cómo salir de la oscuridad doctrinal y de la confusión que han causado en mi tantos mensajes nebulosos y tantas enseñanzas imposible de entender. 

 

No obstante, advertí en su escrito que Collier llevaba una carga emocional, algo característico de un hombre que encaró una profunda experiencia que le cambió la vida. Puedo recordar con claridad que una de las aclamaciones que hacía Collier en su libro era, que el hombre que llegaba a descifrar los misterios de la verdad podía vencer las enfermedades, la pobreza y la muerte misma, pero el mismo Collier murió de una penosa enfermedad a los sesenta y cinco años. Sin embargo, creo que Collier escribió con honestidad, y que en el libro The Secret of the Ages, se destacan su erudición, su calidad humana y su conocimiento profundo sobre muchos aspectos de la vida y de las enseñanzas de Jesús. Luego de leer a Collier, me sentí más animado para continuar mi búsqueda, y así fue como me encontré con Geneviève Behrend y uno de sus libros, "Your Invisible Power" (Tu Poder Invisible). Me pasó con esta buena lectura como con la anterior, me interesé tanto como para leer la obra completa, pero no logré conceptualizar el aprendizaje que necesitaba, simplemente, era mucha la avidez con que leía tanta información en poco tiempo. 

 

Me ayudó mucho leer la biografía de esta autora, pues noté que había sido discípula única de Thomas Troward, quien fuera un juez británico de jurisdicción en la India, que poseyó un carácter autodidáctico y polifacético que lo llevó a pintar, estudiar profundamente las Matemáticas, varios idiomas y varias religiones antiguas. Además de todo esto, Troward se le atribuye el crear la Ciencia Mental, que es un estilo de vida que apoyado en el conocimiento y la practica espiritual usa la razón como medio de conseguir paz, libertad y felicidad plenas. Sus métodos se basan en estudiar las verdades cifradas en los libros sagrados, y que según él, fueron dadas para beneficio de toda la humanidad y no para favorecer a una secta o a una tribu.

 

Puede verse en sus escritos que fue un gran conocedor de La Biblia, en cuyo análisis se mostró a la altura de los grandes exponentes. Al parecer, su obra maestra es la titulada "Bible Mystety and Bible Meaning" (Misterios y Significados Bíblicos), un rico compendio de revelaciones que despierta en el lector el deseo de vivir la espiritualidad desde la libertad interior, y de estudiar las escrituras con los más altos ideales y significados.

 

Troward apreciaba y respetaba La Biblia, y la definía como un libro de ciencia espiritual destinado a la liberación total del individuo que logre hallar en su lectura la verdad más grande de todas, y que yo resumo en esta declaración: Somos hijos de Dios y nacemos libres, y la clave para asir el gran poder hereditario que esto supone, está en conocer y aceptar esta misma verdad. En este extenso manual bíblico, el autor presenta sus interpretaciones de los más grandes temas de La Biblia.

 

Claro está que no estoy de acuerdo con todo lo que Troward explica, pero sí creo que es el más imparcial y provechoso escrito destinado a excogitar las verdades bíblicas que he conocido. El autor clama desde el principio que el objetivo fundamental de las escrituras es la liberación del hombre, y no la supremacía de algún pueblo, clase social o casta. 

 

Releí el libro de Troward y tomé muchos apuntes, busqué otros libros del mismo autor y los estudié, asi como también le libros de Tolstoi, James Allen y por último, con la misma sorpresa e interés, lei el Tratado Teológico y Político, de Baruch de Spinoza. Este autor, judío nacido en Holanda en el Siglo XVII, filósofo estudioso de Descartes y antiguos filósofos griegos, me cayó en gracia por ser un perseguido religioso, como yo me había sentido, guardando la distancia. Es justo que resalte de Spinoza, su defensa afanosa por el conocimiento natural y el razonamiento no adocenado del individuo, los que equipara con las revelaciones divinas, y les da la misma importancia que a los mensajes revelados a los profetas. De hecho, Spinoza declara que de esta consideración se deriva que la conciencia y la razón se convierten en los jueces finales en cualquier asunto cuya solución no ha sido claramente revelada o entendida.

 

En el verano del 2014 me había mudado junto a mi familia a la ciudad de Birmingham, del estado de Alabama, en el Sur de los Estados Unidos. Tenía unos tres años viviendo en Norteamérica, en el estado de New Jersey, y como todo hispano, sentía la soledad que la cultura norteña suele imprimir en los que crecimos en un clima de interacción social cercana. Un individuo que no hace más vida social que ir a una iglesia, suele tener una vida solitaria en América, y yo que había vivido haciendo alardes en mi país de tantos amigos que tenía, sentía que este estado de vida me ahogaba. 

 

No jugaba softball desde que tomé algunas prácticas en la isla de Saint Croix, unos cinco años atrás, ni tenía la facilidad de reunirme a comer con grupos de amigos como por años lo hice en El Caribe. Al llegar a mi nuevo hogar utilicé algunos contactos que había conseguido por medio del cuñado de mi esposa, que es pastor, y gocé de unos primeros meses de amistad y camaradería. Jugábamos dominós o billar con una buena frecuencia, casi semanalmente, mientras que los días festivos nos reuníamos en una casa a cenar juntos; también formamos un equipo de softball y practicábamos todos los domingos. Todo funcionó así hasta que los nuevos amigos se fueron dando cuenta que mi renuncia de la iglesia era definitiva, y al enterarse de mi resolución, paulatinamente dejaron de visitarme y de invitarme a las actividades, que fue el tiempo en que comencé a escuchar rumores de mis "locuras". 

 

Al pasar más o menos un año, yo estaba fuera del grupo y completamente solo en Birmingham, a excepción de las visitas que recibía de mi cuñada y su familia. Con resignación y dignidad acepté mi exilio y dejé completamente de hacer las visitas esporádicas a la iglesia. Por otro lado, yo seguía investigando asiduamente en busca de evidencias que me llevaran a conformar mi creencia, leía libros de Ciencia Mental, y de vez en cuando publicaba mensajes en las redes sociales que inquietaban a mis ex "amigos". Entre los nuevos conocidos en la ciudad de Birmingham había un hombre que no tenía militancia religiosa y que como yo, tenía inquietudes y dudas sobre los temas espirituales y la religión. 

 

Por cierto, este amigo se sentía acosado por el proselitismo de los que formaban parte de la iglesia. Una relación de amistad comenzó a germinar a los pocos meses de conocernos, y se concretó ayudada por la cuarentena que yo venía padeciendo de parte de mis nuevos conocidos, y que pronto lo alcanzó también a él, quizás por sus ideas, o tal vez por mi cercanía. Las tertulias de discusiones y análisis se hicieron frecuentes entre nosotros dos, leímos y comentamos varios libros e hicimos una alianza para ayudarnos el uno al otro. Luego de casi dos años de conversaciones y de compartir, mi amigo se mudó a Florida; y aunque hemos mantenido el contacto y las conversaciones por teléfono, es innegable que el fantasma de la soledad estaba de vuelta. Durante los últimos dos años mis cuatro hijos, todos de mi primer matrimonio, fueron llegando a la ciudad y mudándose cerca de mí, dos desde New Jersey y los otros dos desde Santo Domingo. Sin embargo, el entretenimiento y los intereses de los jóvenes distan mucho de los míos, y a pesar de que tratamos de auxiliarnos en cada necesidad, y que me visitan constantemente, mis relaciones personales están muy lejos de llenar el hueco que abandonar una comunidad religiosa en la que estuve por cuarenta y tres años dejó en mí. Vale destacar que mi hijo mayor desde muy pequeño se ha interesado en los temas espirituales, y es el único en la familia que leía mis publicaciones escritas, y me motivó a dar un paso hacia adelante comenzando las publicaciones de videos por un canal de Youtube, "Armonía de la Fe y la Razón”.

Otro escollo, el cual aún no se ha resuelto, es la afiliación que mantienen mi esposa y mi hija con la iglesia. Al inicio de mi separación pública de la iglesia yo seguía yendo para acompañarlas, me preocupaba que mi decisión pudiera agrietar la familia. Como ya he señalado, con el tiempo las visitas se hicieron insufribles y dejé de ir del todo. La realidad es que ellas mantienen un círculo social muy activo, que celebra campamentos, cumpleaños, bodas y visitas sociales, mientras yo me refugio en mis lecturas. No obstante, el dilema me lo planteó la esposa de mi amigo un día que debatíamos algunos temas, me dijo con la satisfacción de quien revela un descubrimiento: "La gente nunca va a creer en lo que tú dices, si tu mujer y tu hija son las primeras en los bancos de la iglesia". Le concedí toda la razón, pero no tenía nada que hacer, sigo respetando la fe, las creencias y los puntos de vistas de los demás, como quiero que respeten los míos. Expreso mis puntos de fe y creencia en mis escritos con una visión futurista de lo que bien podría ser el verdadero camino espiritual. 

 

Espero que la lectura de mi propio camino, te ayude a encontrar el tuyo. 

 

Con cariño y respeto, Dario.

Dario Heredia
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